lunes, 23 de abril de 2012

¿Es que mi plata no vale?

Federico solía decir que lo que no se soluciona con plata se soluciona con mucha plata. Un día tuve diez años y una agenda de Jean Book con bolsillos secretos y anillos plateados. La agenda la compré con veintidós mil quinientos pesos de ahorro infantil programado en un CAFAM que hoy es Éxito porque, aunque no lo crea, para llegar al Éxito hay que quebrar primero. Por aquellos años mis arcas se alimentaban de cinco mil pesos diarios, de los que gastaba tres mil y ahorraba dos mil. Si no hubiese crecido, ya me habría pensionado. Paradójico.

Otro día tuve once años y guardé un billete de diez mil en la inversión de veintidós mil quinientos como en una matrioska del ahorro. Hay una lógica bonita en esas estrategias: ahorrar el dinero esconde un apego, pero ocultarlo en un bolsillo cualquiera es uno distinto al de guardarlo bajo el colchón o depositarlo en el banco. Uno se ata a un billete de diez mil y lo lanza al olvido y el azar. Lo dobla con especial atención, lo deja en el bolsillo más hermético, se olvida de él y renuncia a la inmediatez de su cambio; no lo destina a un fin concreto ni mundano, sólo se le guarda como una postal de Italia o un tíquet de tren.

Pasan siete años y el papel con la cara de Policarpa sigue siendo eso: un billete de diez mil pesos, ni más ni menos. Claro, a los once años con ese retazo uno comía por dos días, tomaba cuatro buses y compraba cinco paquetes de chocolatinas pequeñas en CAFAM [como en una matrioska del chocolate]. A los dieciocho, con esa hojita, pagaba las fotocopias de una sola clase, e niente più. Pasan siete años y entre tanto se destina un billete a estar, hasta que un buen día llega un sueño y en ese ritual nocturno se descubre entre la utilería la agenda de Jean Book con sus bolsillos. El despertar tiene algo familiar, aunque no lo suficiente para sospechar el secreto. El cuerpo se levanta, arrastra el manojo de carne y huesos en pijama y sin dinero rumbo al estudio y escarba hasta encontrar la agenda. Uno la abre, la huele, pasa las hojas y se pregunta cómo carajos pudo invertir veintidós mil quinientos pesos moneda corriente en semejante cosa. Pasa la página final y como guiado por una intuición, mete la mano en el último bolsillo en el que el tacto advierte un papelito doblado. Fuerza su salida como esperando encontrar un recibo con "fondos insuficientes", pero a cambio emerge de la matrioska del ahorro la muñequita más pequeña con cara de Policarpa. Uno sonríe y piensa "dios mío, diez mil pesos y yo sin plata" y recuerda a CAFAM y la inversión mayor y los ahorros y la vida a los once años. Entonces se entiende qué es eso de "le estamos poniendo el alma", que no se parece en nada al slogan de Bancolombia. 

Ayer D en sus delirios de mañana dijo medio dormido que debajo de su cama tenía el cadáver de una chica y un billete. Ahora que lo pienso, esas dos cosas juntas se parecen bastante a un billete de diez mil.

lunes, 9 de abril de 2012

Él





Él vive solo y tiene miedo. Lo acompaña el miedo y se siente solo porque el miedo lo acompaña. Él dice que la vejez es un trauma. Habla mucho, cuando puede. Habla y habla y habla como si hubiese estado perdido y llega alguien y lo encuentra, aunque el único encuentro que vislumbra es el de su cadáver y los vecinos alerta porque esa cosa huele mucho y seguro se murió. A él le gusta jugar billar y un día me enseñó. Es muy bueno, tanto que se quedó solo; además siempre ganaba. A veces entra a los billares a ver jugar. Raro que no le charle a nadie porque él siempre habla y habla y habla cuando puede. 

A él le gusta salir por las calles a caminar, a rozar el frío, a leer el periódico, a meterse en las iglesias. Se cuela en San Francisco no porque sea creyente, sino porque en las iglesias uno va solo y no se piensa solo. Las iglesias están echas para eso; el fervor no admite compañías. Cuando era pequeña yo hacía lo mismo. Tampoco era creyente pero entraba en ellas para huir. La calle me parecía hostil y la iglesia alejada y silenciosa y segura. A veces repito los discursos de él y algunos de una ella sin querer. 

Él es chistoso y crudo. Y habla y habla y habla. Dice que vive como un perro callejero, "como barca sin barquero, solo con su soledad". Es verdad lo del perro, un perro poeta. Él ha vivido mucho y ha querido olvidar otro tanto. Cuenta que le fue mal en el amor pero que nunca le ha gustado rogar. Por eso seguro va a las iglesias y no ruega, como yo. De esas veces que habla y habla y habla cuando puede, recuerda cuando vivía en Italia y se enamoró de una profesora que se llama Lucía. Él era guapo, ella también. Ella le daba besos y él se emocionaba. Si él se hubiese quedado en Italia a lo mejor estaría con Lucía y yo no estaría escribiendo esto. Sin embargo, él volvió y dejó a Lucía y la vida le hizo creer que en un día como hoy ya no estaría solo. Un día se quedó solo y yo conocí a Lucía. Las cosas siempre se devuelven en algunas puntadas como en un tejido croché. 

El pensó que desde hoy ya no estaría solo y aunque se siente solo ya lo felicité. Cada vez que lo felicito pasa un año y cada uno está más viejo y más solo por su lado. Cuando cumplí ocho años él no se sentía solo, sobre todo porque yo lo tenía a él y él a mí y nadie más pensaba que yo tenía derecho a cumplir años ese día. Siempre que cumplo años me acuerdo de él y de mis ocho años y lo felicito. Hoy no debería estar solo; quién lo diría, pero en esto de sobrevivir el mérito es todo suyo. 

sábado, 7 de abril de 2012

Ella



María tiene 92 años y es medio sorda y aguardientera. También tiene un corazón gigante, de los que botan sonrisas a los extraños. 

- "María, ¿por qué no se consigue un novio?"
- "¿Y yo para qué quiero un novio?"
- "Pues para que la saque a pasear".
- "Para pasear yo necesito es plata, no un novio".

María dice que los hombres se van si uno no les preparara el almuerzo. "Los matrimonios ya no duran porque las mujeres quieren mandar y eso no es así. Si uno se casa, el hombre es el que manda". María se casó con Alfonso hasta que la muerte los separó. Alfonso la quería mucho y siempre tomaron juntos. Él era diabético y le quitaron una pierna. Pero es que a María le gustaba tanto el aguardiente, que a Alfonso no le importó la pierna si la lógica era acompañarla en sus tragos. 

María me regaló un reloj porque ya casi cumplo años. El reloj era de ella pero me lo dio porque sí. Nunca compra nada; todo lo que regala es de ella. Uno le dice al reloj "¿qué hora son?" y de repente responde "son las horas del corazón". Claro que el reloj de María no quiere que me case, pese a que antes eso era lo importante. "A Alfonso lo asediaban mucho pero yo me batí entre todas esas viejas y me casé. Antes como que era así, las niñitas se peleaban por un viejo ahí echado". María se casó joven pero el reloj que me dio no quiere que me case. Ella, en cambio, dice que mi primo, un año mayor, ya está en edad de casarse. "Pero mejor que no se casen tan jóvenes porque se consiguen malas muchachas"… de las que no hacen el almuerzo, supongo. 

María dice que soy igualita a Gladys. "Si fuera un poquito más trigueñita sería calcadita". De Gladys heredé casi todo menos algunas cosas esenciales: el pelo, la estatura y la cabeza maltrecha. Lo del pelo es triste cuando sueño que me peino frente a un espejo; lo de la estatura también porque de ser más grande intimidaría mucho y a lo mejor a uno lo quieren proporcional a la estatura. Carlos piensa que sí heredé la cabeza maltrecha, aunque quiere creer que no. Graciela piensa lo mismo y a veces lo niega y a veces lo afirma. Yo no quiero la cabeza maltrecha de Gladys. Yo digo que esa se la llevó Ricardo que de pasó se la quitó en un día de locura. Gladys y Ricardo se parecían mucho, sobre todo porque Ricardo sí era más trigueñito, alto y de cabeza maltrecha. 

María era tía de Gladys. La primera tiene 92 y la segunda murió a los 51. Siempre pensé que Gladys había muerto a los 48, que había parido a Lizeth a los 39 y que Carlos le llevaba 19 años. Gladys no era aguardientera como María, sólo le gustaba bailar y bailar como si no hubiese mañana. Y no hubo mañana. En eso también me parezco a Gladys. Normal.

- "María, ¿por qué no se consigue un muchacho?"
- "Porque si me consigo un muchacho me mata".

María me regaló un reloj al que le preguntaba "¿qué hora son?" y en seguida le respondía "son las horas del corazón".