jueves, 1 de enero de 2015

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Pienso en cuatro o cinco cosas que hablan de mí y mis herencias. Mi madre murió triste. Mi padre nunca estuvo con quien realmente amaba. En las tardes de mi infancia me paraba frente a la ventana a esperar a mi hermano; imaginaba que en lo inmenso de la ciudad que se deja ver desde mi casa podía advertirlo como un punto remoto que salía de su apartamento y venía a mi encuentro. En muchas de esas tardes él nunca llegó. Llevo más de veinte años en esta casa. Hay cosas que se fracturan, que se quiebran y dejan una grieta. Sin embargo, el tiempo pasa por encima, nos roza o nos aplasta, como si nada. No hay nada que detenga ese tiempo. Incluso la muerte –la de los otros y, un día, la propia– es sólo una grieta más en ese curso inmenso de las cosas. Llevo más de veinte años en esta casa y está llena de grietas.