martes, 26 de febrero de 2013

1.



Y la tierra estaba vana y vacía, y había oscuridad sobre la faz del abismo, y el espíritu de D-os se cernía sobre la faz de las aguas. Y dijo D-os: Haya luz, y hubo luz. 

Parashat Bereshit (Génesis 1:2-4).

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La primera vez que sentí conciencia de algo yo estaba en el vientre de mi madre. Comenzó con un sobresalto que largó una cadena vertiginosa y oscura de pavor. Fui concebida con miedo; uno enorme que subía por la columna vertebral. Pero yo no sabía nada de mi cuerpo, ni de qué significaba el temblor que recorría la espina dorsal. Sentí miedo sin saber qué era el miedo.

Luego tuve una gran agitación que, me parecía, venía de muy adentro; y un cúmulo de imágenes e impulsos visuales provenientes de aquella que habitaba. El recuerdo tiene mucho de poroso. Vi con los ojos de mi madre la ciudad desde un taxi. Vi la oscuridad de unas casas por una pendiente. Vi el perfil de mi padre. Vi que todo en frente se movía en comunión con el propio cataclismo. No sé cuánto duró toda esta maniobra. En el recuerdo ese tiempo primero es la eternidad de esas imágenes.

Después hay un bache en la memoria. Tengo un partir agitado a lo que, supongo, es la clínica donde me van a dar a luz y luego una luz interna, distinta a esa a la que me van a dar. La luz aquella no se ve, sólo se siente. Es caliente y abriga. El miedo vuelve pero ya no reina; se funde con la luz. Siento que muevo y enrollo las manos y que mi mamá hace lo mismo. Parece que ya es hora de abandonar lo que me guarece. Ahora el miedo es todo mío.

Muchos años después, quizás cuando tenía seis o siete, narré a mi mamá aquello que denomino mi primer recuerdo: la sensación del vientre materno. Siempre temí que se tratase de una ficción para contarme alguna cosa; o, como en los sueños, de una historia que solapa retazos del subconsciente. Pero esto era distinto. La sensación vívida que estuvo presente en mi infancia más temprana fue constatada por mi madre. En la madrugada de aquel 9 de abril ella asistió a esa repetición de sobresaltos desde el taxi, al temblor y las manos que se enrollan. A mi madre le podía el miedo de vivir que era el mismo miedo de morirse. Nacer con eso es una herencia. A veces me siento particular no tanto por lo que soy, sino por mi historia, que es buena parte de lo que soy. Si lo pienso con detenimiento, sin embargo, una historia marcada por la muerte no tiene nada de particular, pues la muerte es de lo más común en la vida. Todos tenemos una historia marcada por la muerte porque la historia pertenece al pasado y el pasado pertenece a la pérdida.
Recordarlo supone perderse en un fractal. Cuando pienso en el miedo de mi madre como sentimiento fundacional, me viene a la cabeza el poema de Adrienne Rich: “Ya pasó. La mujer que alimentaba su dolor ha muerto. Yo soy de su linaje. Amo la piel cicatrizada que heredé, pero quiero caminar contigo ahora, luchando contra la tentación de hacer oficio del dolor”.

Es la primera vez que escribo el recuerdo. Esto es lo que la memoria ha parido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

CA-RA-JO.

Liz, esto es de lo más impresionante, conmovedor, asustador; mejor paro acá con los adjetivos, que te he leído.

Siempre me sentí privilegiado por ubicar mi primer recuerdo a los dos años. Ahora, al leer la historia del tuyo, me quito el sombrero.

Mis posts favoritos son aquellos en los que cuentas cosas de tu mamá. Me encantan.

Saludos.

Lizeth dijo...

Su mercé,

Nuevamente gracias por la fiel lectura. Es curioso, porque yo pensaba que era más bien común ubicar recuerdos a temprana edad [el siguiente mío es de cuando tenía un año]. Compruebo con los demás, sin embargo, que la gente recuerda muy poco de su infancia temprana. Yo no sé si por esto que cuento es que me mando una memoria Funes.

Ve, y gracias por la línea final. Todavía queda mucha tela por cortar con esas historias.

knil dijo...

Debo confesar que mi primer recuerdo, al que ubico entre los 3-4 años, aunque se me hace gracioso, incluso si fue un sueño aterrador de conflicto religioso, fue algo que nunca disfruté, gracias a que a pesar de que el recuerdo incluía contarlo, a la persona que le conté nunca lo recordó. A veces creo que hay recuerdos que sólo valen si son compartidos, por más que suene arjonesco.

Gran escrito, muchas gracias por compartilo.