lunes, 9 de abril de 2012

Él





Él vive solo y tiene miedo. Lo acompaña el miedo y se siente solo porque el miedo lo acompaña. Él dice que la vejez es un trauma. Habla mucho, cuando puede. Habla y habla y habla como si hubiese estado perdido y llega alguien y lo encuentra, aunque el único encuentro que vislumbra es el de su cadáver y los vecinos alerta porque esa cosa huele mucho y seguro se murió. A él le gusta jugar billar y un día me enseñó. Es muy bueno, tanto que se quedó solo; además siempre ganaba. A veces entra a los billares a ver jugar. Raro que no le charle a nadie porque él siempre habla y habla y habla cuando puede. 

A él le gusta salir por las calles a caminar, a rozar el frío, a leer el periódico, a meterse en las iglesias. Se cuela en San Francisco no porque sea creyente, sino porque en las iglesias uno va solo y no se piensa solo. Las iglesias están echas para eso; el fervor no admite compañías. Cuando era pequeña yo hacía lo mismo. Tampoco era creyente pero entraba en ellas para huir. La calle me parecía hostil y la iglesia alejada y silenciosa y segura. A veces repito los discursos de él y algunos de una ella sin querer. 

Él es chistoso y crudo. Y habla y habla y habla. Dice que vive como un perro callejero, "como barca sin barquero, solo con su soledad". Es verdad lo del perro, un perro poeta. Él ha vivido mucho y ha querido olvidar otro tanto. Cuenta que le fue mal en el amor pero que nunca le ha gustado rogar. Por eso seguro va a las iglesias y no ruega, como yo. De esas veces que habla y habla y habla cuando puede, recuerda cuando vivía en Italia y se enamoró de una profesora que se llama Lucía. Él era guapo, ella también. Ella le daba besos y él se emocionaba. Si él se hubiese quedado en Italia a lo mejor estaría con Lucía y yo no estaría escribiendo esto. Sin embargo, él volvió y dejó a Lucía y la vida le hizo creer que en un día como hoy ya no estaría solo. Un día se quedó solo y yo conocí a Lucía. Las cosas siempre se devuelven en algunas puntadas como en un tejido croché. 

El pensó que desde hoy ya no estaría solo y aunque se siente solo ya lo felicité. Cada vez que lo felicito pasa un año y cada uno está más viejo y más solo por su lado. Cuando cumplí ocho años él no se sentía solo, sobre todo porque yo lo tenía a él y él a mí y nadie más pensaba que yo tenía derecho a cumplir años ese día. Siempre que cumplo años me acuerdo de él y de mis ocho años y lo felicito. Hoy no debería estar solo; quién lo diría, pero en esto de sobrevivir el mérito es todo suyo. 

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonitas las últimas entradas, Maruja. Ya era hora de que escribiera alguito, ¿no?

Lizeth dijo...

Jajaajaja, su mercé, muchas gracias. Menos mal conservo la fidelidad de Maruja y Dolores. Y es verdad que ya era hora de que escribiera alguito. Su mercé también, ala.

Un saludo Maruja.

Unknown dijo...

Muy bueno "solo con su soledad" me hace recordar a otros que levantan ese baner, con orgullo, sin dolor y con algo de desidia por todos los acompañados del lugar.

Lizeth dijo...

Maruja, ¿qué le pasó a su blog?

FR dijo...

Marujita, historia corta, el blog entró en modo Cerati. Tengo que reevaluar si quiero seguir escribiendo en un blog, y cómo.

Lizeth dijo...

Entiendo. Aunque no lo parezca, andamos en las mismas. Lástima, porque creo que lo hacía bien y me gustaba leerlo :P. Si vuelve a los toldos del blog me cuenta para seguirle la pista con Dolores, Maruja y nuestro amigo Heidegger.