martes, 9 de abril de 2013

9/04

“La memoria es del tiempo”, dice Aristóteles. Y el tiempo, esa humana ficción, el templo de las conmemoraciones. Hay algo en nosotros, humanos de pulgar oponible, que nos vuelve hacia el pasado con sagrada ritualidad. Hay algo en ese empecinarse en una fecha como signo invariable de la permanencia en el mundo. Entre la astrología y el libro de efemérides uno es capaz de dar sentido a cualquier día. Somos falsamente auténticos, eso lo saben bien los psicólogos y las estadísticas. Aunque resulta tentador ceder a la exclusividad que nos otorga un día, visto de fondo, es sólo un azar anecdótico. 

Cuando la gente se muere, nosotros, humanos de pulgar oponible, cambiamos una fecha por otra para hacer oficio del pasado. Olvidamos con el tiempo los cumpleaños y recordamos con empeño los decesos. Mientras vivimos, nuestro ego defiende la entrada en el mundo. Al morir, desprovistos de él, los demás nos señalan el fin. Uno mismo, sin saber, se encarga de redondear sus propias historias.

Hoy es mi cumpleaños. Pasado mañana sería el de mi hermano. En ocho días es el aniversario de su muerte. Cumplir años no tiene mérito alguno, pero saberse vivo sí que lo tiene.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué fuerte. Tres párrafos demoledores.

Solo puedo decir que te dejo tres abrazos para esas tres fechas.

Lizeth dijo...

Danilo:

Gracias por los tres abrazos [y los tres pollitos] y, como siempre, por leer.