jueves, 1 de enero de 2015

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Pienso en cuatro o cinco cosas que hablan de mí y mis herencias. Mi madre murió triste. Mi padre nunca estuvo con quien realmente amaba. En las tardes de mi infancia me paraba frente a la ventana a esperar a mi hermano; imaginaba que en lo inmenso de la ciudad que se deja ver desde mi casa podía advertirlo como un punto remoto que salía de su apartamento y venía a mi encuentro. En muchas de esas tardes él nunca llegó. Llevo más de veinte años en esta casa. Hay cosas que se fracturan, que se quiebran y dejan una grieta. Sin embargo, el tiempo pasa por encima, nos roza o nos aplasta, como si nada. No hay nada que detenga ese tiempo. Incluso la muerte –la de los otros y, un día, la propia– es sólo una grieta más en ese curso inmenso de las cosas. Llevo más de veinte años en esta casa y está llena de grietas.

3 comentarios:

Manuel Ricardo Castellanos dijo...

El tiempo es la cobija infinitamente extensa que arropa todo, a las personas, las cosas, la vida, todo, la muerte, incluso todas esas fracturas y grietas extrañas de las que se componen nuestras vidas.

Sólo nos queda mirarnos y remendar esas grietas, o no hacerlo, pero seguir adelante lo mejor que podamos, ya que el tiempo hace lo mismo, es indiferente, entonces vamos a hacer lo mismo, ser indiferentes con el señor tiempo, y seguir con nuestras grietas por donde se nos escapan un milloń de cosas.

Un abrazo Lizeth, gracias por escribir, te sigo leyendo.

G I R O N D O dijo...

Cuando mi padre murió en un accidente, toda la familia, incluidos sus hermanos, quedamos huérfanos. Mi madre se descompuso, su vida se quebró en dos partes. Yo tenía siete años, mi tristeza no era la de la muerte de mi padre, era la de observar la tristeza de toda la familia. Heredé su biblioteca, me refugié en ella, con el tiempo estuve en desacuerdo con su colección, salí de algunos de sus libros, conseguí otros, crecí. Entonces mi hermano se enfermó, una rara forma de la esquizofrenia, y otra vez los afanes, y la tristeza, y cada cierto tiempo esta misma reflexión sobre el paso indiferente del tiempo. Cierta melancolía. Y en medio de todo el dolor da perspectiva, no somos los mismos tras cada grieta, pero seguimos respirando y ese hecho es diferente ahora.
Pensaba en esto escuchando el Adagio en Sol menor de Tomaso Albinoni, tal vez es por andar en medio de esa música, mejor pondré salsa...

Anónimo dijo...

Lizeth,

Te leo por twitter desde hace rato ya, inicialmente porque me llamó la atención tu proyecto de Fachadas Bogotanas. Precisamente por un tuit tuyo llegué a este blog.

Al caso: Son tremendas las sincronicidades que me unen a aquello que escribes. Esas grietas evocan paralelismos con mi proceso, y en cada remembranza se acentúan. Se asemejan a tantas venas cual si fuesen ramas, construyendo cada historia personal. Parecieses mi hermana, o conocida de otra vida.

Un fuerte abrazo.